miércoles, 12 de septiembre de 2007

Lawrence de Arabia: Actores (3)


****** ALEC GUINNES ******




A la muerte de Sir Alec Guinnes (1914-2000), muchos aficionados al fantástico han clamado por la defunción del más afamado caballero jedi. Pero el gran actor británico era alguien más que Obi-Wan Kenobi. De hecho, no estaba muy contento con su personificación (que fue previamente ofrecida al no menos extraordinario Toshiro Mifune) y fue de él la idea de que muriese, para de esa forma desvincularse de esa imagen. Sin embargo, el éxito le persiguió, y logró fama entre el público juvenil -ese que jamás se molestaría en ver una película previa a 1975- un veterano actor, una de las más grandes estrellas del universo fílmico.


Nacido como Alec Guinnes de Cuffe el 2 de abril de 1914 en Londres, mientras trabaja en la publicidad estudia en el Fay Compton Studio of Dramatic Art, y debuta en escena en 1934, esto es, a los veinte años de edad, y en 1936 ya se introduce en el repertorio clásico, actuando en el mítico Old Vic.

Fue nombrado caballero en 1959, y ocasionalmente ha sido consignado en los créditos como Sir Alec Guinnes. Falleció el pasado 5 de agosto de 2000 en Midhurst, Sussex, Inglaterra.


Si bien había aparecido como extra en la película Evensong (1934), de Victor Saville, no debuta oficialmente como actor hasta 1946 con su personaje, prácticamente protagonista, de Herbert Pocket en la magistral Grandes esperanzas (Great Expectations, 1946) de David Lean, a partir de la novela de Charles Dickens. Tenía entonces treinta y dos años, pero en la película apenas representa a un mozalbete.

Dos años más tarde repite con Dickens y Lean en Oliver Twist (Oliver Twist). Ahora con treinta y cuatro años, sin embargo encarna a Fagin, caracterizado de anciano usurero; fue el inicio de sus fantásticas transformaciones, pues en Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts and Coronets, 1949) interpreta nada menos que ocho papeles distintos, entre ellos un viejo marino y una dama estirada. Magistrales sus interpretaciones en esta no menos magistral comedia de humor negro dirigida por el infravalorado Robert Hamer.
El rotundo éxito del film le encauza ya en los cincuenta como uno de los grandes actores del cine británico, y así tendrá papeles estelares en El hombre vestido de blanco (The Man in the White Suit, 1951), comedia con elementos de ciencia-ficción dirigida por el genial Alexander Mackendrick u Oro en barras (The Lavender Hill Mob, 1951), de Charles Crichton, representantes de la edad dorada de la comedia británica por parte de la productora Ealing. Si bien Alec Guinnes sería un rostro ligado, por esa época, al género de la comedia (como lo sería en los 60 en las superproducciones de qualité y, a partir de los 70, a ser meramente un nombre de prestigio en películas que no lo merecían), ya por entonces cambiaba de registro, así pues tenemos por entonces filmes bélicos como The Malta Story [tv: La historia de Malta, 1953], de Brian Desmond Hurst, o El detective (Father Brown, 1954), de nuevo para Robert Hamer, y donde encarna a la mítica creación de Gilbert Keith Chesterton.

Por aquel entonces, Guinnes solía hacer hasta cuatro o cinco películas al año, ejemplo de la vitalidad y éxito que lo mantenía en candelero. En 1955 protagoniza otro de sus clásicos, El quinteto de la muerte (The Ladykillers), otra joya del humor negro debida a Mackendrick y donde comparte reparto con Peter Sellers y Herbert Lom, amén de una excelsa Katie Johnson; curiosamente, el papel de Guinnes, el profesor Marcus, fue ofrecido con anterioridad al magnífico pero arisco Alistair Sim. Tras este fenomenal éxito aparece en la muy aburrida El cisne (The Swan, 1956), de Charles Vidor, mero vehículo para Grace Kelly una vez anunciado su romance con el príncipe Rainiero de Mónaco; en esta película Guinnes encarna al príncipe Alberto, y no es difícil sospechar por dónde iban las intenciones del film.
Es, sin embargo, su siguiente película la que lo sumerge dentro de las grandes producciones, pues se trata de nada menos que de la magistral El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957), del gran David Lean. Basada en una novela del francés Pierre Boulle (El planeta de los simios), se trata de algo más que de la clásica hazaña bélica -aunque, desde esta perspectiva, la película funciona a la perfección

Alec Guinnes encarna al coronel Nicholson, un militar inglés encerrado en un campo de prisioneros japonés que se toma el encargo de construir un puente como un desafío personal. Magistral estudio de caracteres, el papel era todo un bombón para Guinnes, quien con toda lógica conseguiría el que no sería su único Oscar.
Su siguiente película sería una comedia de escaso éxito, Barnacle Bill (1957), de Charles Frend. Sin embargo, aquí de nuevo Alec Guinnes tendrá la ocasión de encarnar a siete personajes diferentes, el protagonista, William Horatio Ambrose, y seis antecesores suyos más.
Los años 60 se inician con otro de sus grandes filmes, Nuestro hombre en La Habana (Our Man in Havana, 1960), del excelente Carol Reed, a partir de la mítica novela de Graham Greene (que el propio autor adaptará a la pantalla). Sin embargo, ya entonces aparecía en películas pelín plúmbeas, que lo único que buscaban era un nombre de prestigio para los créditos.

No es ese el caso de la magistral Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), del imprescindible David Lean, o de, aún con su irregularidad, La caída del Imperio Romano (The Fall of the Roman Empire, 1964), del excelso Anthony Mann.

De nuevo repite Guinnes con Lean en la más floja de sus superproducciones, Doctor Zhivago (Doctor Zhivago, 1965).

Y justo después inicia un errar en películas de ínfima categoría, aburridas comedias o risibles melodramas. Ese bajón se alivia, en cierto sentido, con la deliciosa Muchas gracias, Mr. Scrooge (Scrooge, 1970), de Ronald Neame, agradecida versión musical del mítico Cuento de Navidad de Dickens -un poco intentando seguir la suerte de la magnífica Oliver (Oliver, 1968), de Carol Reed- y donde Guinnes está magistral como el fantasma de Marley. Esta es, a menos que nos equivoquemos -y dejando a un lado el muy leve elemento fantacientífico de El hombre vestido de blanco, amén del tono tétrico de sus previas incursiones en Dickens-, su primera participación en un film fantástico. Poco más, de todas maneras, hay.
Ese mismo año Guinnes protagoniza unos de esos austeros filmes históricos graves y solemnes, pero un poco superior -y más entretenido- de la norma, Cromwell (Cromwell) de Ken Hughes, donde encarna al Rey Carlos I. Su participación en Hitler: los diez últimos días (Gli ultimi 10 giorni di Hitler, 1973), de Ennio de Concini, sólo tiene interés por su genial interpretación del dictador. Ya por esa época parece destinado a representar grandes personajes históricos: en la cursi Hermano sol, hermana luna (Fratello sole, sorella luna, 1973), de Franco Zefirelli, incorpora al papa Inocencio III, y será Julio César en una versión televisiva de 1976. Ese mismo año, por fortuna, tiene lugar su participación en una deliciosa parodia del género policíaco, con diseños de Charles Addams, Un cadáver a los postres (Murder by Death), de Robert Moore, donde encarna a Jamesir Bensonmum, el mayordomo... ciego.
Y justo después es cuando George Lucas decide contar con para el papel de Obi-Wan Kenobi en La guerra de las galaxias/La guerra de las galaxias: Episodio IV: Una nueva esperanza (Star Wars /Star Wars: Episode IV: A New Hope, 1977).

Tras una cinta de escasa fama, To a See Such Fun (1977), vuelve en 1980 con el papel del místico jedi en El Imperio contraataca/La guerra de las galaxias: Episodio V: El Imperio contraataca (The Empire Strikes Back/Star Wars: Episode V - The Empire Strikes Back), de Irvin Kershner.
Su carrera, por entonces, ya bascula entre pequeñas participaciones para prestigiar ciertas películas o papeles protagonistas también de prestigio. Así, cabe resaltar la catastrófica -en todos los sentidos- Rescaten al Titanic (Raise the Titanic, 1980), de Jerry Jameson, aunque por entonces protagoniza dos mini-series televisivas de gran prestigio, Calderero, sastre, soldado, espía (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, 1980) y su secuela La gente de Smiley (Smiley's People, 1982), a partir de los originales de John LeCarre, y donde encarna al mundano espía George Smiley.

Sir Alec regresará a la saga galáctica con su última aparición física en la misma, El retorno del jedi/La guerra de las galaxias: Episodio VI: El retorno del jedi (Return of the Jedi /Star Wars: Episode VI - Return of the Jedi, 1983), ahora dirigida por Richard Marquand.

Sin embargo, lo que prevalece en esa época ya son los personajes "de enjundia". En la intrascendente comedia Loco de amor (Lovesick, 1983), de Marshall Brickman, será nada menos que Sigmund Freud. Ese mismo año colabora en un juego de VG sobre Star Wars, precisamente con ese título, donde pone su voz de nuevo a Obi-Wan, para proseguir con la última de las grandes epopeyas que ofrecerá, la excelsa Pasaje a la India (A Passage to India, 1984), de David Lean.
La curiosa Kafka, la verdad oculta (Kafka, 1991), de Steven Soderbergh, supone una de sus escasas incursiones al género fantástico, otra de las cuales será su aparición estelar en la idiota Testigo mudo (Mute Witness/Stumme Zeugin, 1994), de Anthony Waller, la cual será su última aparición en cine.

Después, sólo tenemos el telefilm Eskimo Day (1996).
Como puede apreciarse, la carrera de Sir Alec Guinnes ha supuesto algo más que sus tres (cuatro, incluyendo el juego de ordenador) interpretaciones de Obi-Wan Kenobi para Star Wars. Como tantos otros actores de su edad, llegada la madurez vio limitados sus cometidos, pero durante su longeva carrera, ya desde su debut, supuso una de las grandes estrellas de la pantalla, paralela a su importantísima labor teatral. Su trabajo para la Trilogía -llamémosla así- de las Galaxias, para un hombre de su experiencia, era algo insignificante, una labor encomiable, por supuesto, como la más ínfima de las comedias o dramones que protagonizara a partir de los 60, pues siempre ofreció lo máximo de sí; sin embargo, para un papel como el del místico jedi, le sobraban tablas para interpretarlo con los ojos cerrados, y previos papeles inclusive le podrían haber servido de experiencia (interpretó varios eclesiásticos, desde sacerdotes hasta papas, pasando por reyes y otros personajes de similar potestad).
Descanse en paz, pues, Sir Alec. El cine está plagado de joyas interpretativas que usted nos ha legado. Ahora, como estrella que fue, ahora luce con más esplendor que nunca, más allá de las galaxias.

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

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